La casa donde nací olía a vino. En la planta baja se encontraba el negocio familiar, la bodega del barrio. Mesas de mármol, una botella de sifón en cada mesa, una pizarra con los precios del vino a granel escritos con tiza, neveras en cuadrícula de madera y barricas, muchas barricas.
De pequeña, cuando mis amigas venían a casa, al subir por la escalera, siempre decían lo mismo: "¡Pero qué raro huele aquí!". A mí no me parecía raro; yo entonces ni lo notaba. Y ahora, siempre que entro en una bodega, el olor me transporta a aquella casa familiar de la infancia, es mi magdalena de Proust.
Desde los doce o trece años, mi padre me hacía despachar en la bodega durante las vacaciones escolares. Aún recuerdo a las señoras del barrio que cada mañana venían con su botella de cristal vacía y me pedían su coupage particular:
—¡Nena, ponme un cuarto de Gandesa, un cuarto de Priorato y un cuarto de Valdepeñas!
No conocían el retrogusto a frutos de bosque ni sabían si el vino era áspero o aterciopelado en boca, pero en las casas, el vino acompañaba todas las comidas y las bodegas eran el centro de la vida social del barrio.
Good old times, pero los tiempos cambian. Por mi tradición familiar, el mundo del vino siempre me ha interesado y llevo años haciendo escapadas a diferentes zonas vitivinícolas, especialmente de Tarragona, donde he podido observar la gran transformación que este sector ha sufrido en los últimos treinta años. Renovarse o morir.
D.O. TARRAGONA
—La gran desconocida—
Sorprende que esta D.O. sea la menos conocida, dado que es la degana de España, ya que fue creada en 1945. Es una denominación extensísima que incluye 73 municipios y cuatro comarcas: Tarragonès, Alt Camp, Baix Camp y Ribera d’Ebre.
La D.O. Tarragona recoge el legado de los romanos en el mundo de la viticultura, de ahí el ánfora de su logotipo. Los vinos de Tárraco eran conocidos en todo el imperio romano por su calidad y surcaban los mares en ánforas para llegar a todos los rincones del territorio.
Es una zona de clima típicamente mediterráneo: cálido, seco y de inviernos suaves, por lo que los vinos que se elaboran en la D.O. Tarragona son equilibrados, aromáticos y afrutados, de poca graduación y baja acidez.
Aquí predomina la uva blanca, un 83% de la superficie total de cultivo, con un abanico de variedades muy amplio, por su gran extensión y porque abarca zonas de climatología y tipo de terreno diferentes: macabeo, xarel·lo, parellada, moscatell, garnatxa blanca, malvasia, chardonnay, sauvignon, etc.
En cuanto a los tintos, la variedad que predomina es el tempranillo (aquí llamado ull de llebre), aunque los tintos de la Ribera d’Ebre, con viñedos plantados en las orillas del río Ebro y climatología más extrema, combinan cariñena y garnacha. Son vinos estructurados y potentes.
Aquí el movimiento cooperativo fue y sigue siendo muy importante, no en vano actualmente esta D.O. cuenta con trece cooperativas, que aglutinan a la mayor parte de productores de uva de la zona.
En Nulles, pueblo situado a unos veinte kilómetros de la ciudad de Tarragona, se encuentra una de las famosas Catedrales del Vino, una joya modernista construida por César Martinell en 1917 que alberga la bodega cooperativa Adernats.
Si los romanos volvieran a pisar Tárraco, estarían orgullosos de comprobar que su legado no solo no se ha perdido, sino que 2000 años después, ha conseguido la excelencia.
D.O. PENEDÈS
—Un territorio marcado por la filoxera—
Esta denominación de origen creada en 1960 es una de las denominaciones históricas de Cataluña. Está compuesta por 47 municipios de Barcelona y 16 de Tarragona y cuenta con unas 170 bodegas.
Es una zona privilegiada para el cultivo de la viña por su clima mediterráneo suave, ya que se encuentra cerca del mar, con muchas horas de insolación e inviernos moderados.
En el Penedès se cultivan especialmente variedades blancas tradicionales como el xarel·lo o el macabeo o tintos como el tempranillo, la garnacha, el cariñena y el monastrell, la variedad típica del Mediterráneo, cuyo cultivo alcanza hasta la región de Murcia.
Los tipos de vino que se elaboran en esta D.O. son muy variados, dada su gran extensión: cavas, vinos blancos jóvenes, tintos jóvenes, tintos con crianza, monovarietales, vinos dulces, etc.
No se puede entender la evolución del Penedès sin hablar de la filoxera. Si bien es cierto que azotó a toda la viña del país, en esta D.O. supuso un antes y un después.
En la segunda mitad del siglo XIX, esta plaga mató todas las cepas europeas, lo que se conoce como “la crisis de la filoxera”. Se trataba de un insecto de origen americano que mataba la cepa por la raíz, pero no afectaba a las hojas. Por el contrario, la cepa americana quedaba afectada al revés: las hojas sí, pero no las raíces.
La solución es lógica, pero no por ello menos ingeniosa: injertar variedades europeas sobre pies americanos. Y así fue como en el Penedès se empezó a elaborar “vino espumoso” como se llamaba entonces; concretamente se considera 1872 como el inicio de la producción de este tipo de vino en la masía Can Codorniu.
El cava nació, pues, de la transformación radical de la viña debido a la filoxera. Sant Sadurní d’Anoia y sus alrededores fueron el núcleo de aquella incipiente industria en expansión que, pasados los años, se transformaría en el sector de más éxito de la viticultura catalana.
Tanto es así que este pueblo del Penedès celebra cada septiembre la Fiesta de la Filoxera, en la que se teatraliza este trágico suceso que cambió su historia. Los campesinos, que representan el pueblo de Sant Sadurní, bailan en la plaza, esperando a la filoxera, que llega cargada de un gran fuego y lanza su feroz ataque contra las cepas. Entonces asistimos a la llegada de los Siete Sabios de Grecia, siete gigantes que encabezan la lucha contra la plaga. Juntos, campesinos y gigantes, combaten a la filoxera con petardos y truenos, hasta que aparecen las cepas de pie americano con su fuego de color verde. La vid triunfa, venciendo a la plaga, y las cepas celebran su victoria. El cielo se llena de colores para dar paso al cava.
En la elaboración del cava original intervienen tres variedades de uva: parellada (que aporta aroma, frescor y finura), macabeo (perfume y dulzor) y xarel·lo (cuerpo y estructura). Al igual que otros grandes vinos espumosos del mundo, se elabora siguiendo el método tradicional o champenoise, según el cual la creación de la espuma tiene lugar dentro de cada una de las botellas que reposan en las cavas durante el período de crianza.
Esta es tierra de grandes bodegas familiares con una larguísima tradición vinícola. Yo destacaría la bodega Torres, fundada en 1870. Cinco generaciones dedicadas a la elaboración de vino, que nació en el Penedès y hoy posee viñedos y bodegas en el Priorat, la Rioja, Rueda, California y Chile.
Una historia de éxito, no sin dificultades. La familia Torres ha sabido adaptarse a los cambios que ha sufrido el sector y hoy en día tienen un imperio vinícola ganado con tesón, dedicación y unión familiar. Para mí, todo un ejemplo.
Mi abuelo me contaba que el patriarca Torres creía tanto en su producto, en concreto el brandy, que solía ir a los bares y pedir un brandy.
—Póngame un brandy, por favor.
—Ahora mismo. ¿Qué brandy querría el señor?
—Un Torres.
—Torres no tengo, lo siento. Le puedo ofrecer Terry, Soberano, Fundador…
—No, no, yo quiero Torres. ¡No me diga que no lo conoce! Es el mejor brandy de España, me extraña mucho que un establecimiento como el suyo no tenga Torres. Yo si no es Torres, no quiero ninguno, gracias. Ya volveré en unos días a ver si ya tienen.
Y así, un bar tras otro. Era el año 1930 y el marketing aún no existía, pero me da que el Sr. Torres sabía mucho más que algunos expertos en marketing con unos cuantos másteres en su haber. No en vano, Torres 10 es hoy el brandy español más reconocido del mundo.
D.O. CONCA DE BARBERÀ
—Vinos blancos, cava y trepat—
Una de las zonas que más he frecuentado es la D.O. Conca de Barberà, que cuenta con la primera bodega cooperativista del Estado, fundada en 1894 en el pueblo de Barberà de la Conca.
Aquí nació la tradición cooperativista vinícola tan característica de Tarragona, gracias principalmente a Josep Maria Rendé, precursor de la cooperativa de l’Espluga de Francolí y de muchas otras.
Y aquí nació también el término Catedrales del Vino para referirse a los edificios modernistas que albergaban a estas cooperativas, ya que fue el escritor Àngel Guimerà quien lo acuñó en referencia precisamente a la cooperativa vinícola de L’Espluga.
Según cuentan, los monjes de la Orden Cisterciense de la abadía de Santa María de Poblet y los monjes-guerreros Templarios establecidos en Barberà transmitieron a los campesinos de la zona sus conocimientos sobre la manera más adecuada de cultivar los viñedos para obtener los mejores caldos.
En esta D.O., como en tantas otras hoy en día, está de actualidad la reivindicación de las variedades autóctonas como seña de identidad. Aquí han apostado por el trepat, una variedad de uva negra de bayas grandes y redondeadas que, hasta hace apenas unos diez años, se utilizaba para rebajar vinos tintos o, a lo sumo, para elaborar rosados.
Hoy el 25% de los viñedos de la D.O. son de trepat, aunque sigue siendo zona de uva blanca, especialmente macabeo y parellada, óptima para la elaboración de cava.
D.O.Q. PRIORAT
—Cepas centenarias en abruptas terrazas—
Una carretera sinuosa, rodeada a ambos lados por escarpadas laderas con terrazas llenas de cepas retorcidas. Sin duda, habéis llegado al Priorat. En palabras del escritor Josep Pla: “El Priorat es un país tempestuoso, cataclismático, de una violencia geológica impresionante”.
El Priorat no se entendería sin la licorella, esa pizarra que cubre la viña como un manto grisáceo. Son terrenos de escasa fertilidad y difícil cultivo, solo aptos para viticultores valientes. Aquí no hay cosechadora que se atreva.
Y de hecho, fueron cinco viticultores valientes —apodados “los cinco magníficos”— quienes a principios de los 80 se atrevieron a apostar por esta comarca, entonces deprimida, para producir aquí sus vinos de calidad superior: René Barbier, Daphne Glorian-Solomon, Álvaro Palacios, José Luis Pérez y Carlos Pastrana.
En aquel entonces, esta D.O.Q. contaba solo con cuatro bodegas, que producían principalmente vino a granel; hoy hay más de cien y los inversores se pelean por conseguir una finca aquí.
Es una zona donde predominan las pequeñas bodegas familiares y los proyectos de autor (Lluís Llach, Ferrer Bobet, Álvaro Palacios y tantos otros). En mi opinión, el mejor ejemplo para entender esta pequeña D.O.Q. es el pueblecito de Porrera: 400 habitantes, 20 bodegas. Ahí es nada.
El terreno de licorella es pobre y no retiene agua, pero es precisamente esta dificultad lo que dota a los vinos del Priorat de su esencia: frialdad mineral, escasa producción de uva y altísima calidad.
Esto explica también su precio, aunque basta con venir a vendimiar una mañana en uno de los viñedos de la zona para entender la heroicidad de elaborar vino en este inhóspito terruño. Como le oí decir una vez a un simpático viticultor prioratino, mientras sostenía en la mano una botella de su vino de 300 euros: “Este vino vale lo que vale por todo el amor que ponemos en su elaboración”.
En cuanto a variedades de uva, el cariñena y la garnacha negra son el ADN del Priorat, con las que se produce el 70% de los vinos tintos de la zona, aunque se cultiva un amplio abanico de variedades tintas: syrah, pinot noir, cabernet sauvignon, merlot, tempranillo, garnacha peluda, etc.
No es tierra de vinos blancos, aunque algunos hay y es una tendencia creciente. Dentro de unos años, quién sabe, quizá hablemos de los blancos del Priorat como un símbolo de la comarca. Aquí todo es posible y ha quedado más que demostrado.
Por último, me gustaría reseñar el gran esfuerzo de la D.O.Q. Priorat por garantizar al máximo el origen de los vinos adscritos a esta denominación, realizando en los últimos años un exhaustivo análisis sobre los diferentes terruños que componen su territorio.
Esto ha dado como resultado una zonificación según criterios geográficos, históricos, agronómicos y enológicos que da lugar a doce áreas diferenciadas dentro del territorio de la DOQ, bautizadas como Vi de vila (vino de pueblo).
Para obtener este sello, entre otros requisitos, el 100% de la uva debe provenir del pueblo al que se adscribe el vino. Y para otorgarle este sello, el vino es evaluado en una completa cata en la que participan sumilleres, expertos en vinos del Priorat y unos cuarenta enólogos y bodegueros de la comarca.
Además, el Priorat es la zona vinícola catalana con más vinos calificados con la máxima distinción, Vi de finca (vino de finca), con unos requisitos de elaboración y producción aún más estrictos.
Hay cuatro Vins de finca en el Priorat, dos de ellos, por cierto, del simpático viticultor que atribuía el precio del vino al amor del elaborador. Mira por dónde, tal vez su teoría sea cierta, a juzgar por los resultados que le ha dado.
Una zona difícil para viticultores valientes que da unos vinos excepcionales.
D.O. MONTSANT
—Una D.O. joven que pisa fuerte—
La D.O. Montsant es la denominación de origen vitivinícola más joven de Cataluña. Se creó a finales del 2001, porque se consideró que los vinos de esta zona, antes adscritos a la denominación Tarragona-Falset, tenían suficiente entidad propia como para constituirse en D.O. Está formada por diecisiete pueblos, quince de ellos situados en la comarca del Priorat.
La diferencia entre las dos D.O. es la licorella, de la que antes hemos hablado, que no encontramos en los viñedos del Montsant en grandes cantidades.
La imponente sierra del Montsant da nombre a esta D.O. que cuenta con un sólido tejido cooperativista: Capçanes, Masroig, Falset-Marçà, etc. Desde el principio, esta denominación apostó por la excelencia del producto y la identificación con el territorio.
De las quince bodegas que había en sus inicios, se ha pasado a la sesentena en la actualidad, lo que ilustra el reconocimiento que poco a poco han ido ganándose estos vinos, también a nivel internacional, ya que se exporta el 70%.
El 90% de la producción de esta D.O. es vino tinto y sus variedades características son la garnacha y la cariñena —aquí llamada samsó—, igual que en el vecino Priorat.
Uno de los proyectos más curiosos de esta D.O. es el vino kosher, elaborado por la cooperativa Celler de Capçanes. Este vino se elabora según las rigurosas normas dictadas por la ley judía y todo el proceso de cultivo, cuidado de las cepas, cosecha, elaboración, crianza y hasta el embotellado es supervisado un rabino. Entre otros requisitos, la viña debe tener una edad mínima de cuatro años, la vendimia debe ser manual, se aceptan exclusivamente uvas sanas, enteras y en estado óptimo de maduración, solo el rabino puede realizar la manipulación y el prensado, la vinificación debe realizarse en tinas de acero inoxidable, etc.
Visité esta bodega hace años y me impresionó la sala de tinas precintada, a la que solo puede acceder el rabino. Cuentan que el origen de la colaboración entre la cooperativa de Capçanes y la comunidad judía fue en una feria vinícola de París. Era el año 1995 y los de Capçanes participaban en la feria, dando a conocer sus vinos. Un señor que los probó, afirmó: “este vino podría ser un gran vino kosher”.
Hace veinte años, ni los de Capçanes ni nadie por estos lares conocía lo que eran los productos kosher, así que se informaron, se pusieron en contacto con el rabino de Barcelona y tras varias pruebas, empezaron a elaborar el primer vino kosher de la península. Veinte años después, se enorgullecen de producir uno de los vinos kosher más reconocidos de todo el mundo.
Esta historia ilustra la valentía, el esfuerzo y el rigor de los bodegueros de una D.O. que se ha ido haciendo un hueco en el mapa de vinos del mundo y que hoy en día es sin duda un valor en alza.
D.O. TERRA ALTA
—La garnacha blanca, símbolo de la recuperación de la comarca—
He dejado la Terra Alta para el final de mi artículo porque es a la que me unen más lazos sentimentales y la que conozco mejor. Pasé los veranos de mi infancia en Gandesa, en la casita adosada a la bodega de mi familia, donde elaborábamos vinos blancos y tintos, mistela y vi ranci, sin D.O. porque en aquel entonces aún no existía.
De nuevo, otra casa familiar que olía a vino. Mis cuatro hermanos y yo corríamos por la enorme báscula de pesar los tractores que traían la uva, aprendí a ir en bici en el patio de las barricas, jugábamos a frontón en la altísima pared de la bodega y más de una vez y de dos, había que bajar a buscar la pelota a la trituradora de uva, aunque lo teníamos prohibido por peligroso.
Y lo que también teníamos prohibidísimo era entrar en la nave de las tinas. Nos tenían aterrorizados con historias de niños que habían caído en una tina y no habían podido salvarse. Y no era para menos, porque se trataba de una nave grandiosa llena de tinas; muchas estaban abiertas, porque se hacía el trasiego del vino o la cata del mismo para comprobar su correcta evolución.
La Terra Alta es una de las siete denominaciones de origen históricas de Cataluña. Se creó en 1972 y la componen doce pueblos con unas sesenta bodegas.
Situada al sur de Cataluña, entre el río Ebro y la frontera con Aragón, tiene una climatología extrema, ya que se encuentra bastante alejada del mar: poca pluviosidad, inviernos fríos y fuerte insolación en verano (que me lo digan a mí, que me pasaba los días en la piscina municipal del pueblo).
Además, se ve azotada constantemente por dos vientos, el cierzo (viento de montaña) y el garbí (viento de mar). Estas características producen unos vinos potentes, estructurados y de alta graduación.
Tiene una larga tradición cooperativista, como otras D.O. que hemos visto, y de hecho es en Pinell de Brai donde César Martinell construyó su obra más conocida —la cooperativa vinícola del pueblo, que vale la pena visitar—, aunque también es tierra de pequeñas bodegas familiares.
La joya de la corona de esta D.O. es la garnacha blanca. Sin esta uva, la Terra Alta seguiría siendo una tierra de vinos ásperos y muy alcohólicos, producidos por pequeñas bodegas que probablemente se habrían ido perdiendo con el paso de las generaciones y cooperativas locales.
La garnacha blanca ha situado a la Terra Alta en el mapa del vino nacional e internacional, otorgándole 14 medallas de oro y 30 de plata en los prestigiosos premios Grenaches du Monde. Aquí se cultiva el 90% de la garnacha blanca de Cataluña y se calcula que un tercio de la producción mundial.
Esta variedad se adapta muy bien a la climatología de la zona y da unos vinos blancos de color amarillento —con matices que abarcan desde el amarillo pálido al dorado— con una alta intensidad de sabores en boca.
Para distinguir estos vinos, se ha creado el sello de garantía específico Terra Alta Garnacha blanca, reservado para los vinos blancos elaborados exclusivamente con esta variedad de uva y con una calificación mínima de “muy bueno”.
Aquí también se cultivan otras variedades de uva tradicionales, aunque en mucha menor medida: garnacha negra, garnacha peluda, macabeo y cariñena.
Otras características de los viñedos de esta D.O. son el gran volumen de cepas centenarias que hay en esta comarca y el cultivo en terrazas. Reseñar asimismo que esta D.O. cuenta con un magnífico Vi de finca, de la bodega gandesana Edetària, una pequeña bodega de autor que trabaja con variedades autóctonas de viñas centenarias de forma sostenible. Uno de los proyectos de éxito de la Terra Alta, debido en gran parte a sus vinos de garnacha blanca, reconocidos internacionalmente.
De esta tierra tan querida para mí, me gustaría resaltar la tenacidad y la pasión de los bodegueros terraltinos por el territorio y por su oficio. Han conseguido crear grandísimos vinos reconocidos mundialmente a pesar de todas las dificultades y cuando nadie más que ellos creía en las posibilidades de esta zona. Tienen toda mi admiración.
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