La idea de modernismo nos evoca en lugares bien conservados, la ostentación y el esplendor. Los ejemplos son numerosos en la provincia de Tarragona,
Podría hablaros del modernismo desaparecido y someterme a la nostalgia de unas fotos en blanco y negro de una realidad que nadie de nuestros días tuvo la oportunidad de vivir. Jamás me gustó idealizar el pasado. En su lugar, me gustaría reivindicar no el modernismo perdido, sino el que está en el umbral de su destrucción o abandono.
El ejemplo más claro en Tarragona es el de la Quinta de San Rafael, en el Parc de la Ciutat. Con su exterior decorado en formas florales, hierros forjados e innumerables detalles decorativos, destaca su fachada, los detalles cerámicos, la torre y el elaborado coronamiento. A primera vista, de lejos, se intuye un buen estado del edificio, rodeado por una valla. Debemos remontarnos al año 1913, cuando Marià Puig quiso construir una vivienda a su hermano Rafael, ingeniero forestal y botanista, que se encontraba delicado de salud. Así es que encargó al arquitecto barcelonés Julio María Fossas la construcción de la Quinta de Sant Rafael.
Volviendo al presente, de más cerca, la visión cambia y se descubre que esta imagen exterior es solamente la carcasa de un conjunto en ruinas. Son testigos el óxido de los hierros forjados, de las puertas, balcones y ventanas. Algunas de ellas están tapiadas. Una pátina negra, prueba de un incendio de hace años, cubre parte del edificio, más notorio en la puerta del balcón de la fachada principal. Por algunas aberturas acceden las palomas, los únicos habitantes de este punto de interés.
En 1918 se presentó a concurso la culminacióndel edificio de los padres carmelitas con un camarín. Inicialmente el arquitecto municipal Ramon Salas proyectó uno, pero no fue aprobado porque contrastaba demasiado con el estilo del edificio. Así pues, acabó ganando la propuesta Josep MariaJujol, quedando en segundo lugar la de CèsarMartinell. La estructura resultante tiene una planta octogonal que combina con el estilo del resto del complejo, destacando sus finos arcos apuntados coronados por unas palomas de piedra, la cubierta de la aguja de trencadís y el espacio interior cubierto por la bóveda. La falta de mantenimiento y ubicación remota de esta obra han sido algunas de las variables que han llevado a la situación actual. La Guerra Civil y el paso de las largas décadas han dañado esta joya olvidada del arquitecto tarraconense.
Junto al mar, dentro del puerto, podemos hallar el Faro del Muelle de Aragón, que fue proyectado en 1920 por José Serrano y se finalizó su construcción en 1923. Estuvo en servicio a partir de los años veinte y en los sesenta dejó de funcionar como tal. La expansión del Puerto: la prolongación del dique de Levante y la construcción del Muelle de Aragón terminaron de sentenciar el viejo faro. Con las décadas se remodeló. Si estuviera en otra ubicación, cerca de los tinglados del Muelle de Costa, podría haber resurgido con otro uso. Su situación le condiciona a tener un propósito que forme parte de la actividad portuaria. Es un emplazamiento que actualmente se encuentra en estado de abandono.
De Tarragona nos trasladamos a l’Argilaga, a Casa Domingo. Del año 1910. La fachada es prácticamente todo lo que se conserva del edificio, aparecen reproducidas las iniciales V.D. Parte de la coronación ondulante del edificio ha caído en los últimos años. Cabe decir que el interior del primer piso, la buhardilla y el tejado hace años que se derrumbaron parcialmente, y como resultado se derribaron.
Mas de Sorder (Tarragona) es otro ejemplo. Se encuentra cerca del Club de Golf Costa Daurada, junto al término del Catllar. Esta masía la componen numerosas construcciones que datan desde el siglo XIV, pero la más llamativa es la intervención que hizo Josep Maria Pujol de Barberà en 1913. Es un edificio de planta cuadrangular con dos plantas. La planta baja estaba dedicada a una función más utilitaria, posiblemente ligada a la producción del vino. En el interior, en el primer piso, el tambor de la cúpula está decorado por columnas con esgrafiados de influencia grecorromana que representan motivos florales, un lazo que rodea el espacio y unas bailarinas. En el exterior, encontramos una cúpula revestida de trencadís verde y blanco. Los óculos de la bóveda de la cúpula llenaban de luz la sala circular.
Las arcadas se abren al campo a tres vientos. Creando un pasillo que envuelve la sala principal de la cúpula. Las vigas de madera, carcomidas, apenas sujetan pavimentos y tejado. En ciertos puntos la estructura ha colapsado a raíz de los últimos temporales de noviembre y diciembre de 2021.
Parece complicado hacerse la idea que antaño estaba lleno de vida. Que la sala central de la cúpula era una sala de baile, y que estas estancias ruinosas fueron el paradigma del lujo. El silencio se ha cernido sobre el bullicio y la música.
Es precisamente ese silencio el mismo que angustia a las personas. El silencio que aflora la duda, el miedo y finalmente el olvido. Un silencio que pide una respuesta que los muros jamás podrán dar. Así es que en este tiempo que vivimos debemos seguir buscando.